PARTIDO FEDERAL

Capital Federal

Sobre el primer año de gestión
del presidente Kirchner


CAPÍTULO DE POLÍTICA NACIONAL

            Después de la debacle del 2001, se fueron del poder muchos políticos de los que estaban y una nueva generación de dirigentes, con el presidente Kirchner a la cabeza, asumió responsabilidades de gobierno. Estos políticos militaron durante su juventud en la década del ’70, en el peronismo de izquierda, se enfrentaron con Perón a su regreso al país y en la violenta disputa por el poder dentro del justicialismo se enrolaron en los grupos que encontraban inspiración en los movimientos revolucionarios latinoamericanos.

            A más de 30 años del apogeo de aquellos grupos, con un mundo que ha cambiado sustancialmente respecto del de entonces, esos pensamientos no han abandonado, sin embargo, a esta camada de dirigentes, la mayoría de ellos, desconocidos para el gran público y con poca experiencia en el ejercicio del poder. No se trata de juzgarlos por lo que fueron en su juventud, sino de encontrar las razones que expliquen el manejo sectario y prejuicioso de cuestiones sensibles de la agenda nacional y del tono siempre beligerante que ha caracterizado al gobierno de Kirchner en este primer año de gobierno .

            De manera preocupante, Kirchner se ha caracterizado por plantear una falsa dicotomía entre buenos y malos, puros e impuros, donde siempre, de manera invariable, el gobierno se presenta a si mismo como la encarnación de la redención política, ya sea para demonizar a la oposición y a las políticas aplicadas en la década del ’90, o para insistir en la desacreditación de las fuerzas armadas por su participación en el proceso militar y de las fuerzas de seguridad por su probable vinculación con actos de corrupción.

            Esta forma de ver las cosas condujo a la sociedad toda a un clima de cierta crispación en donde además de descalificarse las ideas, automáticamente se descalifica a quien las formula por pertenecer a tal o cual sector de los demonizados por la iracundia discursiva del presidente o de sus ministros, en particular, del Jefe de Gabinete y del Ministro del Interior. Incluso, se llegó a forzar la renuncia de un funcionario – el ex- procurador Sánchez Herrera- por contar entre sus clientes profesionales a una persona imputada en una causa vinculada a la desaparición de personas que aún no tiene sentencia firme.

            Este clima de intolerancia interna se trasladó al campo de las relaciones exteriores, mucho más sutil y poco acostumbrado a los exabruptos. Así, a poco de asumir, el presidente embistió contra el Fondo Monetario Internacional diciendo que la Argentina había demostrado que puede vivir sin acuerdo del FMI, poniendo en jaque la frágil alianza internacional que el Ministro de Economía había tejido en enero de 2003 para sacarle el acuerdo al fondo. Es justo reconocer que las relaciones con EE.UU. no se vieron heridas por esas declaraciones altisonantes; peor impacto había causado el ex presidente Duhalde y no justamente con declaraciones sino con actitudes concretas: la abstención en la ONU sobre Cuba, pero especialmente la crítica a la guerra en Irak, ya habían condicionado la relación.

            Conociendo dicha situación, hubiera sido propio de un estadista vencer las resistencias que dichas actitudes generaron y no aumentar el clima de beligerancia. Lamentablemente, el presidente Kirchner actuó más como un candidato en campaña que como el primer mandatario de un país que, lejos de poder vivir sin el Fondo –falacia insostenible ya que con Duhalde se pagaron U$S 5.000 millones a distintos organismos multilaterales de crédito- necesita de la ayuda internacional para que el naufragio no se convierta en desastre. En este contexto, la suspensión de los ejercicios militares conjuntos en la provincia de Mendoza o la visita del canciller Bielsa a La Habana sin atender a los disidentes del régimen castrista, representaron todo un desatino. No es aconsejable desplantar a EE.UU. cuando ese país se ha convertido en un aliado indispensable del nuestro en las negociaciones con el Fondo y con el G-7.

            En el frente interno, el afán revisionista del presidente hizo blanco en las fuerzas armadas llevando adelante el relevo más drástico de las cúpulas militares desde el retorno a la democracia. La diferencia es que en aquella época se salía del proceso militar y resultaba conveniente dar vuelta la página de manera categórica. Pero, ¿cuáles fueron los motivos en mayo del año pasado, después de 20 años de democracia y de sujeción de los militares al poder civil, para realizar semejante purga? La desconfianza, el prejuicio, y fundamentalmente, la necesidad de exagerar los actos de autoridad –sobre un sector impedido de defenderse en el plano institucional-, seguramente motivaron esa decisión presidencial.

            La embestida contra las fuerzas armadas, innecesaria en una época en que salvo los sectores muy radicalizados, no existía una demanda social sostenida para reabrir las heridas del pasado, y desproporcionada a la luz de la benevolencia con la que el gobierno considera a ex guerrilleros de la década del ‘70 –muchos de ellos funcionarios de este gobierno- continuó con la derogación del decreto que prohibía las extradiciones, la presión sobre el Congreso de la Nación para que derogara las leyes de punto final y obediencia debida y se coronó con el acto revanchista celebrado en la ex escuela de mecánica de la armada.  

            Al respecto, hacemos nuestro el lúcido pensamiento del Interbloque Federal de Diputados Nacionales, que en ocasión del acto del 24 de marzo, manifestó en un documento público que “el proceso selectivo de la memoria contribuye muy poco a la reconstrucción de los valores de un país en serio. Este sistema de elegir la historia afín con nuestras ideas y desechar o despreciar todas las demás, fractura de nuevo la Argentina, como en las peores épocas del pasado. Cuando los niveles de intolerancia y desconfianza aumentan, cuando las personas viven en un estado permanente de revancha y resentimiento la lógica del poder se mueve hacia los extremos”. Los actos de vandalismo ocurridos en distintas dependencias de la ex ESMA y las imágenes de manifestantes arriando el pabellón nacional de uno de los mástiles del edificio principal para izar en su lugar una bandera con la imagen del che Guevara, confirman el acertado juicio de los diputados nacionales de extracción centrista.

            El presidente impuso desde los primeros días un estilo personalista, concentrador del poder y expeditivo. Pero abrió demasiados frentes al mismo tiempo. Luego de descabezar a la cúpula de las FF.AA, comenzó la tarea de hostigamiento de algunos jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. A diferencia del ex presidente Duhalde, decidió no atacarla en bloque, sino de a uno hasta acabar con los jueces más identificados con la administración del ex presidente Menem. Así, los Dres. Nazareno, Moliné O’ Connor, y ahora Vázquez, pasaron sucesivamente por el banquillo de acusados. El primero renunció, el segundo fue sometido a un juicio político amañado por los diputados y senadores adictos al gobierno y digitado por el propio PEN. Vázquez seguramente seguirá la misma suerte de los otros dos.

            La acusación que pesaba sobre la Corte era más política que técnica: cinco jueces eran cuestionados por su participación en la llamada “mayoría automática”; la acusación formal, su firma en un puñado de sentencias dudosas, a juicio de los inquisidores de la comisión de juicio político de la Cámara de Diputados de la nación. Pero el trasfondo real de toda esta movida, debe decirse, fue modificar la composición de la Corte para cambiar dos posturas que molestaban al gobierno de Kirchner. Una, la constitucionalidad de las leyes de obediencia debida y punto final; la otra, eventual, pero finalmente posible, la redolarización de los depósitos.

            Ocho de los nueve jueces de la anterior Corte tenía posición tomada y escrita aceptando la constitucionalidad de las leyes dictadas por el Congreso de la Nación en tiempos del Dr. Alfonsín. En el tema de los ahorristas, en la causa “Lema, Armando Enrique s/ Acción de amparo”, la Corte iba a decretar que fueran los jueces de primera instancia los que resolvieran de que manera devolver los depósitos, defendiendo de esta manera el derecho de propiedad consagrado en la Constitución Nacional. Pero el presidente, en una reacción de neto corte autoritario, embistió contra la Corte por cadena nacional solicitando al Congreso de la Nación el inmediato inicio del proceso de juicio político a su presidente, Dr. Julio Nazareno.

            Esta forma de actuar fue condenada por personas de indubitable apego a la democracia, como el ex fiscal Julio Strassera. “Fue fiscal de la dictadura”, le respondió Kirchner en un gesto que pinta de cuerpo entero su intolerancia y su visión única del mundo. Simultáneamente, una iniciativa bien inspirada, pero mal implementada, comenzaba a tomar cuerpo: el decreto 222/03 que reglamentó la participación del PEN en la elevación de candidatos a jueces de la CSJN para su aprobación por el Senado. El primer beneficiado por el citado decreto fue el abolicionista Eugenio Zaffaroni, mentor del tristemente célebre Código de Convivencia de la Ciudad de Buenos Aires. El mismo gobierno que se rasgó las vestiduras por la corte menemista, impuso la designación contra viento y marea, de un jurista que se comprobó que es evasor de aportes previsionales, que ocultó bienes en su declaración jurada, que subvaluó propiedades y que omitió declarar cuentas bancarias en el extranjero. Todo esto en el marco de un proceso transparente sólo en lo formal porque se desoyeron las calificadas impugnaciones a su candidatura y porque el gobierno nunca tuvo real voluntad de que primara la sensatez por sobre los partidismos: Zaffaroni debía ser juez a cualquier costo. El costo será la república y la división de los poderes. 

            El conflicto con la Corte no sólo agitó las aguas políticas de nuestro país sino que también preocupó –y mucho- a los inversores internacionales que manifestaron su preocupación por la seguridad jurídica. El regreso de la Argentina al mundo depende en gran medida de que pueda rehacer sus instituciones; el derrumbe de su economía no se debe sólo a factores económicos sino también a la crisis terminal de sus instituciones. No es una buena señal entonces, que cada gobierno que llega ponga a los jueces de su agrado. Que Alfonsín y Menem –ampliación de la Corte mediante – lo hayan hecho no significa que sea una buena práctica institucional.

            La seguidilla de elecciones provinciales lo puso al presidente frente a una nueva confrontación, esta vez contra el PJ. Sus viejas rencillas con el justicialismo histórico lo hizo apoyar con igual énfasis al rebelado Rovira en Misiones, que competía por afuera de la estructura del PJ en contra del duhaldista Ramón Puerta, a Solá en la provincia de Buenos Aires, bastión de Duhalde y de lo más conservador del PJ, e incluso a no peronistas como el socialista Binner en Santa Fe en contra de los candidatos del PJ y de Reutemann, o a Ibarra en Capital Federal en contra de Macri, aliado del PJ oficial. En algunas elecciones Kirchner no tenía más remedio como en la provincia de Buenos Aires; en otras (Misiones, Río Negro) se fue perfilando lo que ahora ya todos conocemos como transversalidad, el antídoto que al parecer encontró el presidente para librarse de la presión de un Partido Justicialista en el que no se siente a gusto.

            Estas diferencias irreconciliables con el partido al que él le debe haber llegado a la presidencia –recordemos que sin la alquimia de las tres fórmulas justicialistas, Kirchner no hubiera ganado jamás una interna a presidente dentro del PJ- generaron turbulencias a lo largo de todo este primer año de gobierno y también cortocircuitos con funcionarios muy importantes, como el caso del vicepresidente Daniel Scioli, eternamente sospechado en los entornos presidenciales de seguir siendo menemista, a quien escarmentó en público por opinar que no debían anularse las leyes del perdón y debían subirse las tarifas de los servicios públicos.

            En el caso de Roberto Lavagna  las diferencias hubieran podido costarle a la Argentina caerse del mapa. El presidente lo desautorizó frente al FMI no pagando en término los U$S 2.900 millones de un acuerdo que ya estaba cerrado y dejando que la Argentina entrara en default técnico por espacio de 48 hs. para después sí autorizar el pago y erigirse ante la opinión pública en el artífice de una negociación exitosa. Este “éxito” del presidente le costó al país 8 millones de dólares más por la demora en el pago, pero ni un sólo dólar fresco del Fondo. Finalmente, a contrario de lo que mostró el marketing del presidente y el discurso oficial, el Fondo Monetario aseguró toda su deuda cuando fue uno de los responsables del colapso de 2001.

            Es curioso que ambos, Scioli y Lavagna, fueron elegidos en su momento por Kirchner por su alto nivel de aceptación popular, y en el caso específico del ministro de economía, por garantizar un tránsito ordenado de la economía de la convertibilidad a la economía post devaluacionista. Kirchner no tuvo reparos con ellos: también sucumbieron a su estrategia comunicacional.

            Las relaciones internacionales del país tampoco han quedado al margen de la estrategia comunicacional del gobierno. Néstor Kirchner hace política interna con las relaciones exteriores en un intento por mostrarse ante el pueblo argentino como un presidente duro frente a los lobbys internacionales y solidario con los más débiles. Así, con representantes de gobiernos extranjeros que tienen empresas con fuertes intereses económicos en la Argentina, principalmente prestadoras de servicios públicos –a las que el presidente ha demonizado junto con toda la década del ’90-  el gobierno fuerza la lectura de los propios actos para que el pueblo crea que ha actuado de manera dura e inflexible en defensa de los intereses nacionales.

            Semejante infantilismo –que alcanzó su pico máximo cuando dijo que a Bush le ganaba por KO- le ha valido incluso que lo desautoricen potencias extranjeras, como fue el caso de España cuando desmintió que Kirchner hubiera desplantado a Jose María Aznar en la cumbre iberoamericana de Santa Cruz de la Sierra en noviembre de 2003, como jactanciosamente comentaron los allegados de la comitiva argentina. A la temeridad, Kirchner le ha sumado torpeza e irresponsabilidad apoyando y halagando a nefastos personajes como al dictador Fidel Castro –cuyo periplo por Buenos Aires parece sacado de una novela de García Márquez-, a discutibles políticos como el presidente de Venezuela Chávez, a golpistas tercermundistas como el boliviano Evo Morales, y finalmente, a referentes opositores de gobiernos de países hermanos como el candidato del Frente Amplio uruguayo Tabaré Vázquez.

            En el caso de Cuba, el gobierno ha llevado a su máxima expresión el cinismo y el doble discurso. Aparatoso defensor de los derechos humanos en el orden interno, no ha observado la misma actitud sin embargo, a la hora de juzgar las violaciones a los derechos humanos de la única dictadura que todavía soporta América Latina. “En Cuba no se violan los derechos humanos, o por lo memos ni mas ni menos que en otros países del mundo” afirmaba de manera desvergonzada el nuevo embajador argentino designado en La Habana. A poco de asumir, el canciller Bielsa se apresuró a viajar a la isla convirtiéndose así en el primer Ministro de Relaciones Exteriores argentino en visitar Cuba en 14 años. Pero ello no le valió sacarle compromiso alguno al dictador respecto de respetar los derechos humanos o tan siquiera, de recuperar el dinero que nuestro país le prestó durante el gobierno de Alfonsín. El cinismo argentino se retoalimentó con el de Castró: éste llegó a insinuar que pediría a la Argentina una quita del 75% como la que nuestro país planteó en Dubai. La pequeña diferencia es que Cuba no sólo nunca pagó un centavo de capital sino tampoco un sólo dólar de interés en casi 20 años.

            Entre 1990 y 2001, Argentina se sumó a la mayoría del mundo civilizado que anualmente, en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, condena las violaciones sistemáticas de los derechos humanos en la isla. En abril de 2003, Duhalde abrió la puerta a la abstención a pedido del entonces candidato Kirchner que se encontraba disputando el voto “progresista”, en uno de los peores momentos del régimen ya que pocos días antes había fusilado a dos balseros que intentaron fugar en un transbordador. Este año, al calor de los nuevos aires setentistas, Kirchner ordenó que la Argentina se abstuviera de condenar a Cuba sin importar los 75 presos políticos y el recrudecimiento de la persecución política. Países más cercanos a Cuba, como México, no pudieron pasar por alto esa situación y modificaron su tradicional voto abstencionista condenando al régimen.

            En el orden interno también se mostró muy contemplativo el gobierno con la denominada “protesta social”, en especial, con los piqueteros a los que no ha podido convencer a base de planes sociales y otras dádivas. Kirchner debería asumir que las imágenes del autoritarismo piquetero cortando puentes, rutas y caminos, destrozando vehículos o por caso, incendiando las oficinas de Repsol, constituyen el peor mensaje de la Argentina a los potenciales inversores.

            La fortaleza de la democracia reside en que el orden se da dentro de la ley. Después de más de dos años de protestas piqueteras el gobierno ya debiera discernir entre las que responde a un claro proyecto político –mayoritariamente antisistema y de izquierda- y económico –acumular más planes sociales para hacer caja- y los sectores que hacen reclamos legítimos. Es inaceptable en un estado de derecho que grupos de ciudadanos circulen con palos y capuchas so pretexto de reclamar por sus derechos. Eso, hay que decirlo con todas las letras, no es protesta social, es vandalismo y debería recibir urgente respuesta policial y judicial. Permitir que los violentos se adueñen de la calle también es una forma de promover la inseguridad.

            En materia de seguridad, el gobierno llegó tarde como en el caso de la crisis energética. Atado por sus prejuicios ideológicos, Kirchner no atacó desde el principio el tema de la inseguridad y cuando lo hizo fue sólo para remover comisarios a pedido, generalmente, de organismo de derechos humanos o de familiares de víctimas de la represión policial, como si las purgas por si solas pudieran resolver la situación. La lucha contra la corrupción debe librarse en todos los órdenes, pero eso no significa que se deba caer en generalizaciones injustas y se adopten medidas que dañen la confiabilidad de las instituciones del orden. Pero no se concentró en las reformas legales de fondo o tan siquiera en las instrumentales, como la construcción de cárceles para alojar a miles de detenidos que se hacinan en las comisarías. Recién a los diez meses de gobierno, la valiente actitud del Ing. Blumberg y la contundente movilización popular, sacudió de su quietismo al gobierno, que respondió, como era previsible, con una purga sin igual en la Policía Federal y con un fastuoso plan de seguridad, que incluye capítulos de reforma judicial y política.

            No se puede dudar de las buenas intenciones del Ministro Béliz ni de la solvencia de sus principales colaboradores, los fiscales -con licencia- Campagnoli y Quantin, pero ello no asegura que sean infalibles a la hora de diseñar reformas tan ambiciosas. Y mucho más si ello ha sido sin escuchar a ningún sector representativo de la sociedad. Fatal consecuencia del estilo K que parece haber infectado a todos los ministros del gabinete, las decisiones se toman por sorpresa, sin debate y las respuestas a quienes se animan a criticar, son demoledoras. El disenso, o tan siquiera, la crítica constructiva son castigadas por el gobierno hasta con persecución judicial, como el caso del Ministro De Vido con la ex diputada Carrió.

            La unificación de los fueros federal, de instrucción, correccional y penal económico de la Capital Federal, eliminando la especialidad de los magistrados, es una medida a todas luces desacertada y exagerada, si lo que se quiere es neutralizar a un puñado de jueces federales sospechados. En el mismo sentido se expidió la Cámara Federal porteña. Con la reforma habría 82 juzgados de instrucción que atenderían desde un simple caso de hurto hasta un secuestro extorsivo. Esto no contribuye al mejor servicio de justicia ya que no todos los actuales jueces tienen la especialización necesaria ni la estructura para llevar adelante semejantes procesos. Por otra parte, Capital Federal tendría 82 jueces y otros tantos fiscales mientras que en la zona norte del conurbano, donde está la mayor tasa de secuestros, hay un sólo fiscal y un puñado de empleados. Además, esta medida dificultaría el necesario traspaso de la justicia a la ciudad de Buenos Aires: en el futuro sería más oneroso y políticamente complejo convertir en “provinciales” a 82 jueces federales.

            El anuncio de la creación de la Agencia Federal de Investigaciones y Seguridad Interior (una especia de FBI criolla) viene a sumar un organismo federal más a los ya existentes y a cada una de las policías provinciales. Su composición multidisciplinaria supuestamente garantizará profesionalidad para la investigación en todo el territorio nacional de delitos complejos como narcotráfico, contrabando, secuestros y terrorismo. No está de mas destacar que dichas funciones ya las cumple en gran medida la policía Federal, y Prefectura y Gendarmería en sus respectivas jurisdicciones. Lo sensato sería dotar de mayores recursos humanos y materiales a la PFA, una fuerza que por su experiencia y expansión territorial tiene distribución en todo el país. Por su parte, la conformación de una fuerza de intervención rápida -como una suerte de cascos azules-, que pueda actuar en cualquier jurisdicción por pedido de las autoridades locales, prefigura una situación de conflicto con cada provincia respecto del mérito y la oportunidad de su actuación.

            En su relación con los otros poderes, el titular del Poder Ejecutivo ha evidenciado una tendencia peligrosa a gobernar por decreto prescindiendo de las Cámaras del Congreso. Como ningún otro, Kirchner dictó 65 decretos de necesidad y urgencia en los primeros once meses de gobierno. Este es otro terreno donde el discurso no se condice con los hechos. No se puede hablar de promover mayor participación y de devolver las decisiones al pueblo para luego ejercer la suma del poder público mediante un uso abusivo de estas herramientas legales. Exhortamos al Parlamento a que rápidamente reglamente el control legislativo de los decretos de necesidad y urgencia.

            Han transcurrido los primeros doce meses de gobierno de Kirchner. La Argentina estaba atrapada en su laberinto cuando Duhalde le dejó la presidencia y hoy, a pesar de todo el discurso oficial, lo sigue estando. Por imperio de la lógica política impuesta por el primer mandatario, algunos males de nuestra cultura política se han agudizado, como la intolerancia con el adversario, la tendencia al hegemonismo, el revisionismo permanente, el culto a la personalidad. Son todos estos, claro está, rasgos nítidos de populismo en un país demasiado acostumbrado a que no le digan la verdad de lo que pasa. Si a esto le sumamos un fabuloso despliegue de propaganda oficial que no repara en métodos para comunicar la historia oficial, estamos frente a un escenario que lejos, de convocarnos a la esperanza y la ilusión, nos despierta dudas y temores sobre el futuro cercano de nuestra patria.

            Quiera el gobierno encarar la senda del diálogo fecundo y constructivo con la oposición, abandonar la visión única del mundo y del pasado de nuestro país, reconstruir la concordia entre los argentinos fracturada por el revanchismo permanente sobre la base de la justicia y de la verdad para todos y no para un sector, privilegiar la historia y no la memoria porque ésta es sólo la conciencia de algunos mientras que la otra es la secuencia irrefutable de los hechos, buscar el futuro con desesperación y no quedarse anclado en el pasado, alcanzar la paz social alterada por los desbordes de algunos violentos que medran con el temor de muchos, convocar a los más capaces sin importar su procedencia o su militancia, recomponer los puentes rotos con la inversión privada nacional y extranjera, para sacar a nuestro pueblo de la miseria y el atraso. En suma, llevar a cabo un verdadero plan de gobierno nacional y no tan solo, el programa electoral de una minoría presuntamente esclarecida.

Buenos Aires, 24 de mayo 2004.

Autoridades Mesa Directiva Junta Metropolitana: BORRELLI, Martín, Presidente; BERTOL, Paula, Vicepresidente 1º; FORGIONE, Gustavo, Vicepresidente 2º; MARTINEZ, Ricardo, Secretario General; VIOLA, Sergio, Tesorero; CERVERA, Beatriz, Secretaria de Actas; Vocales: FRANCOS, Cristián; CARBONE, Rolando Diego; SELVA, María Laura; FARAH, María Rosa; ANCARANI, Rodolfo. Autoridades Mesa Directiva Convención Metropolitana: FORGIONE, Marcelo, Presidente; VIVAS, Federico, Vicepresidente 1º; FESCINA, Graciela, Vicepresidente 2º; Secretarios: FREDES, Gladys; OLIVETO, Elena; D’ALOTTA, Alejandro. Consejero Nacional por Capital Federal: LLORENS, Eduardo. 

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