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LAS
NUEVAS MEDIDAS ECONOMICAS
NO CONSTITUYEN UN PLAN SUSTENTABLE
A poco más de un mes de haber asumido el poder por
mandato de la Asamblea Legislativa, el gobierno nacional ha
dispuesto una serie de medidas económicas de largo alcance
que a pesar de las intenciones declaradas, no alcanzan a
constituir un plan económico integral y sustentable capaz de
recuperar la coherencia y la confianza que brindaba el régimen
de convertibilidad.
Se ha dicho con razón, especialmente por parte de los
propios entusiastas del default, la devaluación y la
“pesificación”, que cambiar de sistema económico era una
tarea ardua tanto por la rigidez de las distintas variables
económicas involucradas en la convertibilidad como por el
sano acostumbramiento que ella había generado en la población
brindando estabilidad y previsibilidad a precios, salarios,
ahorros e inversiones por mas de diez años. No obstante -se
aseguraba-, la receta para terminar con una recesión de
cuatro años estaba disponible para todo aquel que la quisiera
ver a la vuelta de la esquina y sobraban economistas y políticos
capacitados para recitar el nuevo credo, el que además nos
depositaría en la tierra prometida.
Sin embargo,
estos grupos (el PJ, la UCR, el Frepaso, el ARI, la UIA, la
CGT, la CTA, la CCC y alguna parte del periodismo), que
supuestamente venían estudiando la materia y haciendo
propuestas desde hace tiempo –recordar el Plan Fénix, el de
la CTA, etc.- a la hora de ejercer el gobierno no aciertan en
formular un plan integral que reemplace a la convertibilidad y
brinde nuevas esperanzas a los argentinos.
A esta altura,
nadie puede desconocer que la restricción a la circulación
de dinero impuesta por Cavallo agravó la recesión y pulverizó
la confianza de la ciudadanía en el sistema financiero,
condicionando por generaciones el ahorro y la producción en
nuestro país. Tampoco se puede desconocer que el presidente
Duhalde ha heredado esta situación y que cualquier solución
que adopte inevitablemente afectará los legítimos derechos
de algún sector. Esta verdad debe ser dicha. Pero también
debe decirse que el Presidente de la Nación, por ser
uno de los principales impulsores de la devaluación, está
obligado a desarrollar el plan post convertibilidad para
revertir la crisis del país que supuestamente le había sido
revelado a esos grupos elegidos. Hasta ahora, sólo hemos
conocido medidas aisladas, la mayoría de ellas
controvertidas, y que sólo apuntan a morigerar los efectos
del llamado “corralito”, pero que no constituyen un plan
estratégico de crecimiento.
Se han anunciado
medidas de tipo fiscal, monetario y cambiario. Respecto de la
primera cuestión, la tan necesaria reforma impositiva para
bajar la presión tributaria que libere recursos al sistema
productivo ha sido postergada para el año próximo y nada se
ha dicho de la modificación del régimen de coparticipación
federal de impuestos, herramienta fundamental para la vigencia
de un verdadero federalismo y condición esencial para el
saneamiento del Estado. Las proyecciones de recaudación ($ 48.000 millones) y déficit,
por su parte, lucen como muy voluntaristas en un contexto de
franca recesión. Los $ 3 mil millones de déficit previstos
en el presupuesto de 2002, están calculados en base a una
disminución del PBI del 5%, pauta que se encuentra muy por
debajo de la proyección de la mayoría de los economistas
privados que calculan por lo menos cinco puntos más de
descenso. Solamente en el primer mes de 2002, la recaudación
ha caído aproximadamente $ 900 millones. De seguir así, a
fin de año llegaremos a una cifra superior a los $ 10 mil
millones, a lo que además deberíamos contabilizar: 1) el
dinero que no se paga en concepto de deuda pública por la
decisión de suspender los pagos (default); 2) la eliminación
del incentivo docente y 3) la no restitución del recorte del
13% a jubilados y estatales.
Tampoco ha sido
contabilizado en el presupuesto el subsidio que se brindará
al sistema financiero (bono del Estado nacional) por la
pesificación 1 a 1 de las deudas en dólares de particulares
y empresas. Esa suma ha sido estimada en aproximadamente $
28.000 millones. Todo esto nos hace afirmar que el
presupuesto 2002 es irreal, inconsistente y de poca utilidad
para conseguir la ayuda extraordinaria de EE.UU. y del FMI por
U$S 15.000 millones.
La política
monetaria presenta también serios interrogantes. El declarado
propósito de monetizar la economía con la emisión de $
3.500 millones para aportar liquidez a un mercado en crisis
terminal puede quedar desvirtuado si ese flujo se dirige
voluntariamente a refugiarse en la divisa norteamericana y no
a la producción y al consumo, como seguramente ocurrirá en
la medida en que la inflación se dispare y no se disponga de
instrumentos de ahorro en pesos que permitan a los ciudadanos
mantener su poder adquisitivo. La estimación de un 15%
anual de inflación ya parece en el segundo mes del año un
objetivo incumplible a la luz del índice de enero que alcanzó
al 2,3%.
En cuanto a la
política cambiaria, se dispuso la unificación del mercado de
cambio –el sistema dual era insostenible para aprovechar las
nuevas ventajas para el sector exportador- y se puso en marcha
la flotación del dólar con intervención del Banco Central.
No ha sido revelado cuáles serán las bandas entre las que se
lo dejará flotar, pero difícilmente el techo pueda
mantenerse por largo tiempo en el nivel actual de $ 2. Lo
que sí ha sido revelado por las autoridades y constituye toda
un prueba en contra de este gobierno que devaluó la moneda
alegando que no había suficientes dólares en el BCRA para
respaldar la convertibilidad, es que el Banco Central cuenta
con U$S 14.000 millones (reservas superiores al circulante
calculado en U$S 13.500) para sostener el nivel del tipo de
cambio. Por fin, se ha reconocido indirectamente que la
devaluación fue una decisión política y no una necesidad
económica.
Ahora bien, aún
aceptando que se cuente con los dólares suficientes para
bancar el precio del dólar, ¿es éste el modelo cambiario más
conveniente para la Argentina ? Para obtener los beneficios de
la flotación es condición necesaria contar con una moneda
nacional sana que sirva para fijar los precios, realizar las
transacciones internas y mantener los ahorros. También
necesitamos instituciones políticas y económicas creíbles
que sean capaces de mantener una política fiscal razonable y
predecible. No contamos con nada de eso. Las administraciones
nacionales y provinciales acumulan déficits fabulosos y no
han avanzado en la reforma de la coparticipación que sincere
las cuentas de las provincias más endeudadas. La
independencia del Banco Central ha sido destruida finalmente
con la modificación de su Carta Orgánica, que le permite a
partir de ahora financiar al gobierno con $ 4.500 millones
anuales. Como las condiciones para una política monetaria
independiente no están dadas, sus beneficios son ilusorios y
las modificaciones en el tipo de cambio son factores que
desestabilizarán una economía en la que la mayoría de los
contratos están dolarizados. Esto ya ocurrió en 1990 -
Argentina no estaba tan dolarizada como ahora -
cuando en el lapso de un año, el dólar pasó de valer
1800 australes a 7500 australes en enero de 1991. Ayer
como hoy, la clave es la caída de la recaudación impositiva.
Si no se generan recursos genuinos, crecerá la presión por
emitir moneda para financiar los gastos corrientes y así
entraremos en un espiral inflacionario que nos puede conducir
a una hiperinflación, donde todos querrán desprenderse del
peso y refugiarse en el dólar.
El gobierno,
para evitar caer en la dolarización optó un mes atrás por
la devaluación, y ahora por la “pesificación” y la
indexación por un índice de la inflación como la UF
chilena, con lo que las consecuencias patrimoniales para todos
los argentinos han sido devastadoras. Y aún así, no hay
garantía de que este proceso no concluya en la dolarización
por el propio peso de la crisis. Si se emite sin
control, si no se efectúan las reformas de fondo que permitan
recuperar la confianza, la gente se refugiará en el dólar y
más temprano que tarde, el gobierno habrá cumplido con la
maldición de las tres “D” agravando hasta niveles
insospechados la crisis argentina: default, devaluación y
dolarización.
Si se
abandonaran los dogmatismos, bien podría pensarse en
recuperar la convertibilidad a una nueva paridad. De esta
manera se recuperaría la moneda nacional, se atenuarían los
efectos de la devaluación en el bolsillo de los argentinos y
se recuperaría la confianza. De lo contrario, el aumento del
dólar terminará por desintegrar todos los patrimonios,
incluyendo al propio Estado.
Buenos
Aires, 11 de febrero de 2002.
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